La brisa del alisio entraba acariciadora por la ventana entreabierta, moviendo ligeramente el visillo, acercando hasta su nariz el olor del salitre, más intenso justo antes de romper el día. Suspiró, amodorrado bajo las sábanas, abamballado, como gustaban decir sus vecinos, como le gustaba decir a ella... Girando lentamente la cabeza, dirigió